Pensar que la educación es
responsabilidad exclusiva de los centros educativos es como creer que la salud lo
es únicamente de los centros sanitarios: una grave y trascendente falacia. La
salud, en principio, apenas necesita de atención médica si uno mantiene unos
hábitos y unos estilos de vida saludables. La educación, por su parte, está
mucho más influenciada por lo que uno aprende fuera de la escuela que dentro e,
incluso ahí, se aprende más de lo que pasa fuera de los libros que en ellos.
Estamos hablando de educación informal, que consiste, según
Wikipedia, en un proceso de aprendizaje
continuo y espontáneo que se realiza fuera del marco de la
educación formal (escuela) y de
educación no formal (academias, cursos, etc),
como hecho social
no determinado, de
manera
intencional y que el sistema reconoce y utiliza como parte de sus aprendizajes. Abarca, por tanto, todo aquello que las
personas sabemos –conocimientos, hábitos, actitudes, respuestas, etc-
sin haberlo aprendido en clase. No hace
falta pensar mucho para admitir que esa formación ejerce de
auténtica cultura en nuestra sociedad
infinitamente más
poderosa que todas
las lecciones dadas en la escuela, aun aprobando con sobresaliente. Es una
cultura con
enorme poder
socializante y normalizador. De hecho, es habitual que personas sin estudios se
relacionen
satisfactoriamente con
otras con estudios. Además, si pudiésemos observar durante un día cualquiera a
un adolescente fuera de la escuela podríamos comprobar cómo
se desenvuelve en su vida
perfectamente sin hacer apenas uso de
lo aprendido en clase.
¿Quiere eso decir que lo que se enseña en los centros educativos no es importante?
Impensable
admitirlo. Lo que se enseña en las
clases son contenidos muy importantes pero no
es lo único importante ni
tampoco lo más importante para los
alumnos, al menos. Lo de venir a la escuela a aprender queda para cuando les
pregunta el abuelo antes de darles dinerillo: ahora, en el mejor de los casos,
se viene a aprobar, cuando no a ser
aprobados. Los adolescentes se han encontrado fuera de los libros una auténtica cultura -como dijimos- rica,
estimulante y plena que les da sentido,
les permite relacionarse, desarrollarse,
crecer y encontrarse satisfactoriamente con respecto a sus valores. Junto a los usos y costumbres
transmitidos por la comunidad y la familia entre otras instituciones, moda,
videojuegos, móviles, televisión, redes sociales por internet, botellonas,
fiestas, bollería industrial, comida rápida, etcétera, ofrecen un variado,
colorido y apasionante mundo en permanente renovación que los
arrastran siempre en paralelo a unos intereses
comerciales – y, tras ellos, políticos-,
que los adoctrinan para una dependencia
consumista prácticamente garantizada de por vida.
A su vez, los adultos, lejos de hacer valer
aquello que decimos importante -ese
currículo escolar que abarcarían las asignaturas- ejercemos como referentes muy lejos de Matemáticas, Geografía, Física o Historia, en las que muy probablemente casi
todos obtendríamos muchos suspensos.
Sin embargo, seguro que alcanzaríamos mejores resultados si nos preguntaran
sobre famosillos, fútbol o marcas comerciales, por ejemplo.
Estadísticamente,
abusamos del televisor y no
precisamente viendo documentales culturales, hacemos poco deporte, leemos muy poco,
nos alimentamos inapropiadamente
(somos el tercer país del mundo en tasa de personas con sobrepeso y el segundo
de Europa en obesidad infantil) y eso por no entrar en otros hábitos más nocivos (más de 53.000 muertes al año por tabaquismo, número uno mundial en consumo de cocaína, suicidio como primera causa
de muerte externa –no por enfermedad-, triplicando en ellos el número de
hombres al de mujeres, por cierto…) Los programas de mayor audiencia no tienen mucho que ver con los contenidos de los
libros de texto, el ocio y la ociosidad
enaltecen hamburguesas, pizzas, excesos etílicos, trasnoche y maratones frente
a la pantalla. Los valores vividos más
valorados nada tienen que ver con los que se predican: comodidad, ambición,
avaricia, suspicacia, engaño, gregarismo, oportunismo, individualismo, búsqueda
de éxito -material y social, fundamentalmente- a costa del menosprecio al
prójimo (soberbia), hostilidad justificada
y difamación rigen los procederes de muchos ante la cobarde pasividad de demasiados.
Educar
es una palabra que viene del latín y significa guiar, conducir o llevar hacia algún
lugar.
¿Qué sentido tiene encomendar a la escuela guiar a nuestros jóvenes
hacia el conocimiento de una cultura curricular y unos valores formales inoperantes mientras esa educación informal los
arrastra en una dirección diametralmente
opuesta?
¿Quiénes son los responsables de esa educación
informal que maleduca a nuestros
alumnos (y al resto de la sociedad, por supuesto) y qué cuentas se les piden
por ello?
¿Son los mismos que dictan las leyes y los currículos escolares?
¿Por qué se le encarga a la
escuela decir no a todo aquello que,
siendo insaludable pero muy gratificante para niños y adolescentes, es
promovido por otras instancias con la venia e incluso el beneplácito tácito de autoridades? Alcohol, tabaco, obesidad,
anorexia, sedentarismo, consumismo, uso abusivo de móviles, videoconsolas,
internet, etc, etc
¿Qué pasaría si los
profesores consiguiéramos “estimular en el alumnado la capacidad crítica ante la realidad
que le rodea” -como dictan los objetivos de la Ley de Educación de Andalucía-
hasta el punto de que no fumaran, no tomaran ni bebidas alcohólicas, no
consumieran otras drogas, pasaran frente al ordenador mucho menos tiempo, sólo
tuvieran móviles quienes los necesitaran, no fueran consumistas, eligieran un
ocio alternativo, no vieran telebasura, no comieran comida basura, fueran
genuinamente impredecibles e insobornables y defendieran con valentía lo justo?... (…¡¡Nos quemarían vivos!!)
Si la sociedad
ya no garantiza una educación seria,
cívica y madura y deja en manos de difusos intereses
comerciales (y, tras ellos, políticos, obviamente) la formación de nuestra base
demográfica, es la comunidad quien
ha de tomar las riendas. Aquellos que asumimos el rol de adultos y, muy especialmente, familia y escuela, hemos de marcar una dirección común y mantenerla con
buen criterio y firmeza. El papel de la
familia se hace, ahora más que nunca, absolutamente indispensable y
determinante para conducir a los adolescentes hacia una vida (y la vida dura
muchos años) saludable y satisfactoria.
Y junto a ella, la escuela sí que podrá
guiar a sus alumnos hacia objetivos verdaderamente
educativos que hagan de ellos personas formadas, equilibradas, armónicamente
socializadas y, en definitiva, ciudadanos competentes
para asumir su desarrollo y participar activa y constructivamente en el de nuestra sociedad.
Carlos Vignote Alguacil,
orientador
*******************************
PREGUNTA PARA
INCITAR LA PARTICIPACIÓN:
¿QUÉ CREES QUE DEBERÍA CAMBIAR PARA QUE LOS
ALUMNOS VINIERAN A LA ESCUELA CON GANAS E
INTERÉS POR APRENDER?